sábado, 8 de septiembre de 2018

Las veces que no te amé

Cuántas vueltas se llevó aquel café,
hasta que cogí las riendas y te miré.
Ahí estabas tú.
Tan risueño,
tan pecoso
y tan sonriente.

Cuántas palabras volaban alrededor,
buscando echar a correr hacia un rincón.
Apartarse,
ocultarse,
borrarse.

No es fácil prepararse para el disparo,
sobre todo cuando tienes la certeza de que no fallará.
¡Pum!
Y con un solo tiro te maté.

Podría recordar que ese fue el segundo exacto
en el que empezaste a odiarme.

Y no te culpo,
habías venido totalmente desarmado.

Es una mierda que te dejen,
realmente lo es.
Pero también lo era mirarte
y no encontrar el motivo por el que me enamoré.

¿Cuántas veces te he dejado de querer?
Solo una y nunca más lo haré.


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miércoles, 28 de septiembre de 2016

El globo

Me bastó conocerte un lunes,
para echarte de menos el domingo.
Después del baile del viernes,
ya lo tenía asumido.

Asumí que tú no eres un verano efímero,
ni el globo que se escapa de la mano de un niño.
Era yo el que estaba perdido
y desatado de cualquier hilo.

Si en esto de conquistar
siempre he sido un don Juan,
ya no quiero más literatura
que no sea la que sale de tu figura.

Quiero que seas el único perro
que se lleve bien con los gatos,
así tendremos siete vidas,
siempre que no las muerdas.

Quiero ser tu único equipaje,
y componer una canción
que diga que fuimos felices,
a pesar de no comer perdices.

Si alguna vez me dejas de querer,
pídeme que me vaya y lo haré.
Pero si me quieres, dímelo,
porque llegando tarde se pierde el tren.


domingo, 5 de junio de 2016

El hombre del faro

A la pequeña casa de madera que hay junto al puerto había llegado un hombre entrado en años. O al menos eso parecía por las canas y las arrugas que marcaban su rostro. Mientras era de día, el hombre no salía de la pequeña casa. Al caer la noche, abría la puerta, se sentaba en una roca y miraba hacia el faro que hay en la ladera, justo detrás del puerto.

Una de las noches, me quedé pescando cerca de la casa, buscando saber algo de él. Mientras observaba el mar en calma, escuché los sollozos de aquel hombre. Me acerqué en silencio, pero él no me miraba. Me senté a su lado, y en sus ojos solo veía reflejada la luz verde del faro. El hombre no quería darse cuenta de que estaba a su lado o quizá lo ignoraba.

La noche siguiente, volví a sentarme junto a él y le pregunté por cómo estaba. Pero el hombre parecía no escuchar ni una sola palabra. Así pasaron cada vez más y más noches, y él seguía sin contestar.

Tantas noches pasaron, que llegó el frío y ya no tenía sentido pasar las noches pescando. Así que decidí encender una hoguera junto a la pequeña casa. El hombre salió al esfumarse el último rayo de sol, y, en vez de sentarse como lo hacia siempre, vino hacia mí.

-¿Por qué enciendes una hoguera y rompes la oscuridad?- me dijo.

Yo le contesté que solo quería llamar su atención, que desde que lo había visto por primera vez, no dejaba de preguntarme por qué. El hombre me dijo que estaba esperando algo. 

-¿Qué es lo que espera? - me atreví a preguntar

- Cada noche, los barcos buscan en la oscuridad una luz que los guíe para no chocar, para mantenerse a flote. Los barcos están seguros en el puerto pero no están hechos para eso. Hace años que en mi vida perdí la luz que me guiaba, que me mantenía a salvo de la oscuridad. Mientras, el mar me ha prestado este faro para esperar. - dijo el hombre

Mi cabeza no paraba de llenarse de preguntas sin respuesta. Me acerqué al hombre e insistí con más preguntas.

- Ella amó a otro hombre. No hay ninguna razón para luchar. Ahora déjame esperar - dijo terminando la conversación.

Faro de Favàritx (Menorca)
Pasaron varios inviernos y unos cuántos más veranos y el hombre repetía una y otra vez su ritual. Yo ya me había mudado a la ciudad, así que solo lo veía en la temporada estival. La primera noche de uno de mis regresos decidí salir a pescar. Cuando empezó a ponerse el sol, no dejaba de mirar hacia la pequeña casa esperando una señal. Se hizo de noche, pero el hombre no salió. Fui hasta la puerta y la aporreé. Pero no hubo respuesta. Dentro no había nadie.

Se me ocurrió la idea de ir hasta el faro, el único lugar donde iría el hombre. Tuve que recorrer todo el pueblo, atravesar el puerto y llegué hasta el faro. Nunca me había dado cuenta de lo grande que era. Al lado, había una casa muy humilde que parecía ser del encargado de mantenimiento del faro. Decidido, llamé a la puerta. Una mujer de pelo canoso me abrió con una sonrisa.

- ¡Hola! Estaba buscando un hombre. Mmm... no sé como se llama. Pero sé que si no está en casa, vendría aquí.

- Espera un momento - dijo la mujer sonriendo.

Era él. El hombre que esperaba. Estaba aún más canoso y más arrugado pero, por primera vez, me sonreía.

- ¿Ella no amó a otro hombre? - le pregunté.

- Ella no pudo amarlo más que a mí.

Inspirado en el poema "Ella amará a otro hombre" de José Ángel Buesa